Tras las guerras napoleónicas, la marina británica impuso su hegemonía en todo el mundo. Así se abrió una época en que, siguiendo los auspicios de Inglaterra se pasó del mercantilismo al librecambismo. El mercantilismo sirvió para abolir ciertas restricciones medievales y para crear Estados nacionales poderosos.
Estos Estados se convirtieron en centros de poder para fomentar el comercio, dando paso a un capitalismo de manufactura. En Inglaterra, ese capitalismo industrial naciente luchó por suprimir las trabas que las reglamentaciones industriales, laborales y comerciales representaban para la nueva industria, como la Anti Corn League, pues durante la época en que se cimentaba en Europa la actividad industrial, para protegerla, se establecieron altos derechos a la importación.
Las corrientes librecambistas se extendieron por toda Europa y sus dominios coloniales, alcanzando su máxima expansión con el tratado Cobden Chevalier de 1860. Junto a las reducciones arancelarias, otros de sus fundamentos básicos eran: la división internacional del trabajo y la adopción del patrón oro, para facilitar los movimientos de capital y la expansión financiera británica desde su centro neurálgico de la city.
Esta integración económica internacional, estaba construida sobre pilares muy poco firmes: la abundancia de energía barata inagotable, primero el carbón y después el petróleo, la disponibilidad de mano de obra y la libertad de acción de los propietarios.
Engels en 1885 ya advertía que la teoría del librecambismo se había establecido sobre la hipótesis de que Inglaterra debería ser el único centro industrial en un mundo agrícola.
Los descubrimientos técnicos que se sucedieron en la llamada Segunda Revolución Industrial del siglo XIX, mejoraron los procesos productivos, pero también suponían requerimientos continuados de capital, que exigían plazos de amortización más reducidos. En esta vinculación entre capital e industria se encuentra la génesis del capitalismo financiero.
La crisis de 1873 marca el final de una fase inicial de acumulación originaria del capitalismo pionero, de la burguesía industrial y el maquinismo, de pequeñas empresas, libre competencia y construcción de los mercados nacionales. El sistema instaurado a partir de entonces tiene dos novedades fundamentales. En primer lugar la adopción del patrón oro, siguiendo el ejemplo británico, en un intento por atraer las inversiones extranjeras y generar confianza. En segundo lugar, es en este momento cuando se crearon o ampliaron las potestades de los bancos centrales, para canalizar los movimientos de capital y servir como cortafuegos ante las eventuales las crisis financieras.
La superación de esta crisis estuvo ligada a la expansión del capitalismo hacia el exterior y a los cambios derivados de la Segunda Revolución Industrial. Fue la etapa del imperialismo y la colonización de los últimos espacios sin soberanía reconocida por parte de las potencias europeas; la aparición de las grandes empresas con una creciente importancia de las finanzas y la internacionalización de la economía. En este marco el flujo migratorio fue fundamental para construir las infraestructuras del capitalismo y además crear un mercado de demanda generalizado. Así se forjó la primera globalización capitalista, posible gracias a los avances en transporte y comunicación.
Estos Estados se convirtieron en centros de poder para fomentar el comercio, dando paso a un capitalismo de manufactura. En Inglaterra, ese capitalismo industrial naciente luchó por suprimir las trabas que las reglamentaciones industriales, laborales y comerciales representaban para la nueva industria, como la Anti Corn League, pues durante la época en que se cimentaba en Europa la actividad industrial, para protegerla, se establecieron altos derechos a la importación.
Las corrientes librecambistas se extendieron por toda Europa y sus dominios coloniales, alcanzando su máxima expansión con el tratado Cobden Chevalier de 1860. Junto a las reducciones arancelarias, otros de sus fundamentos básicos eran: la división internacional del trabajo y la adopción del patrón oro, para facilitar los movimientos de capital y la expansión financiera británica desde su centro neurálgico de la city.
Esta integración económica internacional, estaba construida sobre pilares muy poco firmes: la abundancia de energía barata inagotable, primero el carbón y después el petróleo, la disponibilidad de mano de obra y la libertad de acción de los propietarios.
Engels en 1885 ya advertía que la teoría del librecambismo se había establecido sobre la hipótesis de que Inglaterra debería ser el único centro industrial en un mundo agrícola.
Los descubrimientos técnicos que se sucedieron en la llamada Segunda Revolución Industrial del siglo XIX, mejoraron los procesos productivos, pero también suponían requerimientos continuados de capital, que exigían plazos de amortización más reducidos. En esta vinculación entre capital e industria se encuentra la génesis del capitalismo financiero.
La crisis de 1873 marca el final de una fase inicial de acumulación originaria del capitalismo pionero, de la burguesía industrial y el maquinismo, de pequeñas empresas, libre competencia y construcción de los mercados nacionales. El sistema instaurado a partir de entonces tiene dos novedades fundamentales. En primer lugar la adopción del patrón oro, siguiendo el ejemplo británico, en un intento por atraer las inversiones extranjeras y generar confianza. En segundo lugar, es en este momento cuando se crearon o ampliaron las potestades de los bancos centrales, para canalizar los movimientos de capital y servir como cortafuegos ante las eventuales las crisis financieras.
La superación de esta crisis estuvo ligada a la expansión del capitalismo hacia el exterior y a los cambios derivados de la Segunda Revolución Industrial. Fue la etapa del imperialismo y la colonización de los últimos espacios sin soberanía reconocida por parte de las potencias europeas; la aparición de las grandes empresas con una creciente importancia de las finanzas y la internacionalización de la economía. En este marco el flujo migratorio fue fundamental para construir las infraestructuras del capitalismo y además crear un mercado de demanda generalizado. Así se forjó la primera globalización capitalista, posible gracias a los avances en transporte y comunicación.
Los Estados nación se erigieron como respuesta a estos desafíos, cuando socavados los cimientos del mundo agrario feudal, las sociedades se abrieron al comercio internacional. A medida que progresaba la internacionalización, estas entidades se consolidaron como mecanismo defensivo frente a la amenaza desestabilizadora del exterior y se forjaron en su seno, coaliciones en defensa de los distintos intereses, empresariales y sociales, que reinterpretaron la función del Estado, emprendiendo políticas intervencionistas marcadas por el proteccionismo selectivo y una naciente legislación social. Así el discurso del kaiser ante el Reichstag el 17 de noviembre de 1881, en el que se anunciaba el establecimiento de una serie de seguros frente a accidentes, invalidez o vejes, apuntaba que:
"la superación de los males sociales no reside exclusivamente en la represión de los excesos sino también en la búsqueda de fórmulas que permitan una mejora en el bienestar de los trabajadores."En una época sin embargo, en la que el factor capital empezó a ser algo más que un mero factor productivo, la competencia entre Inglaterra y Alemania llevaría al mundo a una guerra a escala industrial.
El crack del 29 y el ocaso de Europa.
Tras la Gran Guerra 1914-1918 quedó claro que la solución bélica sólo había servido para arruinar a Europa. Como los países dependían de la llegada de capitales extranjeros, se hizo necesario fortalecer las relaciones internacionales mediante tratados y también mediante instituciones internacionales, porque el abandono del patrón oro, la elevación de los aranceles y el establecimiento de restricciones al intercambio, fueron fenómenos muy problemáticos durante el período de entreguerras. Finalmente las expectativas de un mundo regido por las leyes del mercado saltaron por las aires con la Gran Depresión que siguió al colapso de 1929. Los cambios no asimilados ocurridos desde 1870, junto con la cadena de dependencias generadas durante la primera globalización capitalista, se fusionaron con el espectacular aumento de la productividad y la fiebre especulativa de los felices años veinte. El ajuste dio lugar a un período dramático tras el que fue necesaria la masiva intervención estatal, en programas como el New Deal y la implementación de medidas para evitar el descontrol del capital financiero, como la Banking Act de 1933 por la que se separaba la banca de inversión y la banca de depósito o la Securities and Exchange Act que ponía coto a los riesgos financieros. El librecambismo iría progresivamente siendo sustituido por el bilateralismo.
Frente a la integración de los mercados mundiales, el corporativismo enrocó posiciones. Los gobiernos se mostraron sensibles, por un lado a la presión de los organismos patronales de las élites nacionales, que exigían al Estado una defensa frente a la feroz competencia exterior mediante aranceles; por otro lado también se vio obligado a hacer concesiones frente a la creciente movilización política de las masas populares y la extensión del sufragio. Las primeras medidas de garantías sociales en salud, pensiones y educación, pretendían abortar las veleidades revolucionarias del movimiento obrero, en un momento en el que el ejemplo soviético hacía temer el triunfo del socialismo.
Sin embargo las consecuencias de la crisis del 29 no fueron superadas hasta pasada la Segunda Guerra Mundial. El pensamiento económico mayoritario entendió entonces, que el mercado por sí solo no podía evitar las crisis y que para salir de ellas era necesario que el Estado interviniese en la economía, para reactivar la demanda y el empleo. Según la receta keynesiana el progreso sólo sería posible en la medida en que la mejora general de las condiciones de vida sostuviese el Estado del Bienestar. Así se sentarían las bases de una época caracterizada en el occidente capitalista, por el pacto entre las fuerzas de la mayoría social, las clases trabajadoras y ciudadanas, con as élites plutocráticas. Un reconocimiento recíproco en el que los primeros aceptaban la propiedad del capital y la autoridad del Estado y los segundos en contrapartida, la representación política y sindical de los trabajadores, así como concesiones en derechos democráticos y sociales. Este compromiso que se institucionaliza en el seno de la sociedad civil, no estará exento de tensiones, pero será la base sobre la que desarrolle el Estado del Bienestar, con el ente público como regulador soberano de los procesos económicos y sociales.
Por otra parte, la nueva revolución tecnológica asociada al modelo de industrialización fordista, posibilitó un incremento de la productividad, seguido por el aumento de salarios que facilitó la expansión del consumo de masas. Cada Estado pondrá en práctica políticas monetarias y fiscales expansivas, a fin de estimular el crecimiento económico con plena ocupación de todos los factores productivos y dar salida a la masa migrante, que, desde inicios de la Revolución Industrial, acude del campo a las ciudades a un ritmo acelerado.
Institucionalización de la economía mundial y hegemonía estadounidense.
Serían los acuerdos de Breton Woods de 1942, los que remodelaran el sistema monetario internacional rubricando la propuesta estadounidense para frenar la expansión del socialismo real con un sistema sin trabas al expansionismo norteamericano. La estructura de los organismos internacionales que ya se planteaba en la Carta del Atlántico exigía, para las relaciones económicas, una materialización de pagos en divisas aceptadas por ambas partes.
Serían los acuerdos de Breton Woods de 1942, los que remodelaran el sistema monetario internacional rubricando la propuesta estadounidense para frenar la expansión del socialismo real con un sistema sin trabas al expansionismo norteamericano. La estructura de los organismos internacionales que ya se planteaba en la Carta del Atlántico exigía, para las relaciones económicas, una materialización de pagos en divisas aceptadas por ambas partes.
Durante la era del librecambismo, los pagos internacionales no ofrecían problemas técnicos, ya que los principales países se encontraban dentro del régimen patrón oro y sus monedas eran convertibles un tipo de cambio fijo. Con el abandono del patrón oro durante el período de entreguerras, el comercio internacional pasó a realizarse en buena medida, a través del sistema de clearings, acuerdos de compensación entre los diferentes países que estipulaban las cantidades máximas a importar y exportar. Esto comportó una fuerte contracción del comercio internacional y un verdadero marasmo en las relaciones económicas entre 1929 y 1939. El acuerdo al que llegaron los Estados Unidos y sus aliados en Bretton Woods, posibilitó la cooperación monetaria internacional durante la posguerra, financiada con una millonaria tranfusión de dólares de una a otra orilla del Atlántico.
El Fondo Monetario Internacional, organismo de las Naciones Unidas, prestaría asistencia financiera en determinados casos a los países miembro y actuaría como órgano consultivo con los gobiernos. Desde entonces se convirtió en el centro institucionalizado del sistema monetario internacional del mundo capitalista. Una de sus normas básicas era que cada país miembro debía declarar el cambio de su moneda en relación con el dólar, cuya paridad se estableció en 35 dólares por onza troy. Cualquier desviación del 1% de las divisas con la cotización fijada del dólar-oro, generaba una intervención del Banco Central del país. Así desde 1944 el nuevo orden monetario, destinado a vacunar al mundo contra las crisis, estuvo orquestado por el FMI en colaboración con los Bancos Centrales, estableciendo un sistema ausente de trabas al expansionismo estadounidense.
A partir de 1958 los principales países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico desmantelaron los controles de cambio en las operaciones comerciales, pero los mantuvieron sobre los movimientos de capitales. El mundo vivió entonces un gran ejercicio de cooperación económica con paridades fijas, que produjo lo que se ha dado en llamar la edad dorada del capitalismo. Aunque fue el sistema en su conjunto el beneficiado, los que más aprovecharon sus implicaciones fueron los propietarios del capital; las poblaciones de los países capitalistas fueron receptores de los efectos de una expansión sustentada en la dependencia política y económica respecto al dólar estadounidense.
El Fondo Monetario Internacional, organismo de las Naciones Unidas, prestaría asistencia financiera en determinados casos a los países miembro y actuaría como órgano consultivo con los gobiernos. Desde entonces se convirtió en el centro institucionalizado del sistema monetario internacional del mundo capitalista. Una de sus normas básicas era que cada país miembro debía declarar el cambio de su moneda en relación con el dólar, cuya paridad se estableció en 35 dólares por onza troy. Cualquier desviación del 1% de las divisas con la cotización fijada del dólar-oro, generaba una intervención del Banco Central del país. Así desde 1944 el nuevo orden monetario, destinado a vacunar al mundo contra las crisis, estuvo orquestado por el FMI en colaboración con los Bancos Centrales, estableciendo un sistema ausente de trabas al expansionismo estadounidense.
A partir de 1958 los principales países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico desmantelaron los controles de cambio en las operaciones comerciales, pero los mantuvieron sobre los movimientos de capitales. El mundo vivió entonces un gran ejercicio de cooperación económica con paridades fijas, que produjo lo que se ha dado en llamar la edad dorada del capitalismo. Aunque fue el sistema en su conjunto el beneficiado, los que más aprovecharon sus implicaciones fueron los propietarios del capital; las poblaciones de los países capitalistas fueron receptores de los efectos de una expansión sustentada en la dependencia política y económica respecto al dólar estadounidense.
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