domingo, 16 de noviembre de 2014

LA GRAN RECESIÓN I: La génesis del capitalismo.

La hegemonía británica y la formación de la economía mundial.

Tras las guerras napoleónicas, la marina británica impuso  su hegemonía en todo el mundo. Así se abrió una época en que, siguiendo los auspicios de Inglaterra se pasó del mercantilismo al librecambismo. El mercantilismo sirvió para abolir ciertas restricciones medievales y para crear Estados nacionales poderosos. 
Estos Estados se convirtieron en centros de poder para fomentar el comercio, dando paso a un capitalismo de manufactura.  En  Inglaterra,  ese  capitalismo  industrial  naciente  luchó  por  suprimir  las  trabas  que  las reglamentaciones industriales, laborales y comerciales representaban para la nueva industria, como la Anti Corn League, pues  durante la  época  en  que  se  cimentaba  en  Europa  la  actividad  industrial,  para  protegerla,  se  establecieron  altos derechos a la importación.      


Las corrientes librecambistas se extendieron por toda Europa y sus dominios coloniales, alcanzando  su máxima expansión con el tratado Cobden Chevalier de 1860. Junto a las reducciones arancelarias, otros de sus  fundamentos  básicos  eran:  la  división  internacional  del  trabajo  y  la adopción del  patrón  oro,  para  facilitar  los  movimientos  de  capital  y  la  expansión  financiera  británica  desde  su  centro  neurálgico  de  la  city.  

Esta integración  económica  internacional,  estaba  construida  sobre  pilares  muy  poco  firmes: la  abundancia  de energía barata inagotable, primero el carbón y después el petróleo, la disponibilidad de mano de obra y la libertad de acción de los propietarios. 
Engels en 1885 ya advertía que la teoría del librecambismo se había establecido sobre la hipótesis de que Inglaterra debería ser el único centro industrial en un mundo agrícola.
  
 Los descubrimientos técnicos que se sucedieron en la llamada Segunda Revolución Industrial del  siglo  XIX, mejoraron  los  procesos  productivos, pero también suponían requerimientos  continuados  de capital, que exigían plazos de amortización más  reducidos. En  esta vinculación entre capital e industria se encuentra la génesis del capitalismo financiero.  
  
La  crisis  de  1873  marca  el  final  de  una  fase  inicial  de  acumulación  originaria  del  capitalismo pionero, de la burguesía industrial y el maquinismo, de pequeñas empresas, libre competencia y construcción  de los mercados nacionales. El sistema instaurado a partir de entonces tiene dos novedades fundamentales. En  primer  lugar  la  adopción  del  patrón  oro,  siguiendo  el  ejemplo  británico,  en  un  intento  por  atraer  las inversiones  extranjeras  y  generar  confianza.  En  segundo  lugar,  es  en  este  momento  cuando  se  crearon o ampliaron las potestades de los bancos centrales, para canalizar los movimientos de capital y servir como cortafuegos ante las eventuales las crisis financieras.

 
La  superación  de  esta  crisis  estuvo  ligada  a  la expansión  del  capitalismo  hacia  el  exterior  y  a  los cambios derivados de la Segunda Revolución Industrial. Fue la etapa del imperialismo y la colonización de los últimos espacios sin soberanía reconocida por parte de las potencias europeas; la aparición de las grandes empresas con una creciente importancia de las finanzas y la internacionalización de la  economía.  En este marco el flujo migratorio fue fundamental para construir las infraestructuras del capitalismo y además crear un mercado de demanda generalizado. Así se forjó la primera globalización capitalista, posible gracias a los avances en transporte y comunicación.    
Los Estados nación se erigieron como respuesta a estos desafíos, cuando socavados los cimientos del mundo  agrario  feudal,  las  sociedades  se  abrieron  al  comercio  internacional.  A medida  que  progresaba  la internacionalización,  estas  entidades  se  consolidaron  como  mecanismo  defensivo  frente  a  la  amenaza desestabilizadora  del  exterior  y  se  forjaron  en  su  seno,  coaliciones  en  defensa  de  los  distintos  intereses, empresariales y sociales, que reinterpretaron la función del Estado, emprendiendo políticas intervencionistas marcadas por el proteccionismo selectivo y una naciente legislación social. Así el discurso del kaiser ante el Reichstag el 17 de noviembre de 1881, en el que se anunciaba el establecimiento de una serie de seguros frente a accidentes, invalidez o vejes, apuntaba que:
 "la superación de los males sociales no reside exclusivamente en la represión de los excesos sino también en la búsqueda de fórmulas que permitan una mejora en el bienestar de los trabajadores."
En una época sin embargo, en la que el factor capital empezó a ser algo más que un mero factor productivo, la competencia entre Inglaterra y Alemania llevaría al mundo a una guerra a escala industrial.

El crack del 29 y el ocaso de Europa.     
 
Tras la Gran Guerra 1914-1918 quedó claro que la solución bélica sólo había servido para arruinar a Europa. Como  los  países dependían  de la llegada de capitales  extranjeros,  se  hizo  necesario  fortalecer  las relaciones  internacionales  mediante  tratados y  también  mediante  instituciones  internacionales,  porque  el abandono del patrón oro, la elevación de los aranceles y el establecimiento de restricciones al intercambio, fueron fenómenos muy problemáticos durante el período de entreguerras. Finalmente las expectativas de un mundo regido por las leyes del mercado saltaron por las aires con la Gran Depresión que siguió al colapso de 1929.  Los  cambios  no  asimilados  ocurridos  desde  1870,  junto  con  la  cadena  de  dependencias  generadas durante la primera globalización capitalista, se fusionaron con el espectacular aumento de la productividad y la fiebre especulativa de  los felices años veinte. El ajuste dio lugar a un período dramático tras el que fue necesaria la masiva intervención estatal, en programas como el New Deal y la implementación de medidas para evitar el descontrol del capital financiero, como la Banking Act de 1933 por la que se separaba la banca de inversión y la banca de depósito o la Securities and Exchange Act que ponía coto a los riesgos financieros. El librecambismo iría progresivamente siendo sustituido por el bilateralismo.     


Frente a la integración de los mercados mundiales, el corporativismo enrocó  posiciones.  Los gobiernos  se  mostraron  sensibles,  por  un  lado  a  la  presión  de  los  organismos  patronales  de  las  élites nacionales, que exigían al Estado una defensa frente a la feroz competencia exterior mediante aranceles; por otro lado también se vio obligado a hacer concesiones frente a la creciente movilización política de las masas populares y la extensión del sufragio. Las primeras medidas de  garantías sociales en  salud,  pensiones y  educación,  pretendían  abortar  las veleidades revolucionarias del movimiento obrero, en un momento en el que el ejemplo soviético hacía temer el triunfo del socialismo. 


Sin embargo las consecuencias de la crisis del 29 no fueron superadas hasta pasada la Segunda Guerra Mundial. El pensamiento económico mayoritario entendió entonces, que el mercado por sí solo no podía evitar las crisis y que para salir de ellas era necesario que el Estado interviniese en la economía, para reactivar la demanda y el empleo. Según la receta keynesiana el progreso sólo sería posible en la medida en que la mejora general de las condiciones de vida sostuviese el Estado del Bienestar. Así se sentarían las bases de una época caracterizada en el occidente capitalista, por el pacto entre las fuerzas de la mayoría social, las clases trabajadoras y ciudadanas, con as élites plutocráticas. Un reconocimiento  recíproco  en  el  que  los primeros  aceptaban  la  propiedad  del  capital  y  la  autoridad  del  Estado  y  los  segundos  en  contrapartida, la representación  política  y  sindical  de  los  trabajadores,  así  como  concesiones  en  derechos  democráticos y sociales.  Este  compromiso  que  se  institucionaliza  en  el  seno  de  la  sociedad  civil, no  estará  exento  de tensiones,  pero  será  la  base  sobre  la  que  desarrolle  el  Estado  del  Bienestar,  con  el  ente  público  como regulador soberano de los procesos económicos y sociales.


Por otra parte, la nueva revolución tecnológica asociada al modelo de industrialización  fordista, posibilitó un incremento de la productividad, seguido por el aumento de salarios que facilitó la expansión del consumo  de  masas.  Cada  Estado  pondrá  en  práctica  políticas  monetarias  y  fiscales  expansivas,  a  fin  de estimular el crecimiento económico con plena ocupación de todos los factores productivos y dar salida a la masa  migrante,  que,  desde  inicios  de  la  Revolución  Industrial,  acude  del  campo  a  las  ciudades  a  un  ritmo acelerado.

Institucionalización de la economía mundial y hegemonía estadounidense.     

Serían los acuerdos de Breton  Woods de 1942, los que remodelaran el sistema monetario internacional rubricando la propuesta estadounidense para frenar la expansión del socialismo real con un sistema sin trabas al expansionismo norteamericano. La estructura de los organismos internacionales que ya se planteaba en la Carta del Atlántico exigía, para las relaciones económicas, una materialización de pagos en divisas aceptadas por ambas partes. 
Durante  la  era  del  librecambismo,  los  pagos  internacionales  no  ofrecían  problemas  técnicos,  ya  que  los principales países se encontraban dentro del régimen patrón oro y sus monedas eran convertibles un tipo de cambio fijo. Con el abandono del patrón oro durante el período de entreguerras, el comercio internacional pasó a realizarse en buena medida, a través del sistema de clearings, acuerdos de compensación entre los diferentes países que estipulaban las cantidades máximas a importar y exportar. Esto comportó una fuerte contracción del comercio  internacional  y  un  verdadero  marasmo  en  las  relaciones  económicas  entre 1929  y  1939. El acuerdo  al  que  llegaron  los  Estados  Unidos  y  sus  aliados  en  Bretton  Woods,  posibilitó  la  cooperación monetaria internacional durante la posguerra, financiada con una millonaria tranfusión de dólares de una a otra orilla del Atlántico. 
  
El Fondo Monetario Internacional, organismo de las Naciones Unidas, prestaría asistencia financiera en determinados casos a  los países  miembro  y actuaría  como  órgano consultivo con los gobiernos. Desde entonces se convirtió en el centro institucionalizado del sistema monetario internacional del mundo capitalista. Una de sus normas básicas era que cada país miembro debía declarar el cambio de su moneda en relación con  el  dólar,  cuya  paridad  se  estableció  en  35  dólares  por  onza  troy.  Cualquier  desviación  del  1%  de  las divisas  con  la  cotización  fijada  del  dólar-oro,  generaba  una  intervención  del  Banco  Central  del  país.  Así desde 1944 el nuevo orden monetario, destinado a vacunar al mundo contra las crisis, estuvo orquestado por el  FMI  en  colaboración  con  los  Bancos  Centrales,  estableciendo  un  sistema  ausente  de  trabas  al expansionismo estadounidense. 


A partir  de  1958  los  principales  países  de  la  Organización  para  la  Cooperación  y  el  Desarrollo Económico  desmantelaron  los  controles  de  cambio  en  las  operaciones  comerciales,  pero  los  mantuvieron sobre los movimientos de  capitales.  El mundo vivió entonces un gran ejercicio de cooperación económica con paridades fijas, que produjo lo que se ha dado en llamar la edad dorada del capitalismo. Aunque fue el sistema en su conjunto el beneficiado, los que más aprovecharon sus implicaciones fueron los propietarios del  capital;  las  poblaciones  de  los  países  capitalistas  fueron  receptores  de  los  efectos  de  una  expansión sustentada en la dependencia política y económica respecto al dólar estadounidense.

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